La defensa del Reino Nazarí de Granada

Granada, como cualquier otro reino islámico, sentía que la salvaguardia de la frontera era un deber religioso, tanto o más que político. Según el derecho islámico clásico, el mundo se divide en la "Casa del Islam" y la "Casa de la Infidelidad", donde moran los contrarios a su religión. Encuentran en la Yihad o Guerra Santa el medio para propagar su religión y participar combatiendo por la fe de Mahoma, la manera más rápida de alcanzar el paraíso, perdonándose cualquier pecado. Entre los granadinos existían voluntarios de la Yihad a los que se conocía como ah lar-ribat, que equivaldría a formar parte de las ordenes militares cristianas tales como la de Calatrava o Alcantara. Estos soldados vivían en ribat (recintos fortificados) y se les llamaba murabitun, formando grupos que hostigaban a los cristianos.

Mapa de las fronteras marítimas y terrestres del Reino nazarí

La frontera que se estableció entre el reino de Granada y el reino de Castilla, y especialmente con Murcia, era una zona abierta, tierra de nadie vigilada por atalayas (husun, plural de hisn o atalaya como decían los hispanomusulmanes nazaríes), castillos y tropas móviles, pero que no evitaban las continuas escaramuzas y el comercio. Prueba evidente del peligro es que la amplia franja fronteriza cristiana queda desierta tras la rebelión mudéjar murciana (1264-1266). Los campesinos que habitaban aldeas y alquerías en uno y otro lado buscaron el refugio de las ciudades: Lorca por la parte cristiana de Murcia y Vélez Blanco, Vélez Rubio y Vera por la granadina, si bien aquí siguieron cultivándose pequeñas zonas más o menos relacionadas con castillos como en la zona de Huércal-Overa.

Heredera de los almohades, en el siglo XIV la arquitectura militar nazarí alcanza su máximo desarrollo.

Los diferentes reyes de Granada se preocuparon de establecer una línea de fortalezas en lugares de difícil acceso para defender las fronteras del reino. Las fortalezas no mantenían la dominación sobre los núcleos de población –como ocurría en los territorios cristianos de la Edad Media- sino que eran controladas por el monarca nazarí y dependían de las ciudades más próximas para su mantenimiento y compartiendo la función defensiva con las alquerías. La financiación de los castillos fronterizos con la frontera castellana provenía de donaciones piadosas (constituidas por propiedades y rentas) que servirían para el mantenimiento de las defensas frente a los que consideraban como enemigos de la fe. En época de guerra, el rey nazarí podía dar permiso para que se recogiera el diezmo de la zona circundante al castillo, contribuyendo al mismo objetivo, la defensa del reino.

Los núcleos rurales estaban supeditados a las ciudades pero disfrutaban de cierta autonomía en su gobierno, lo que provocó que en ocasiones funcionaran como base para diferentes fuerzas políticas durante las sucesivas guerras civiles que sufrió el Reino nazarí de Granada.

En la zona más oriental levantaron castillos imponentes en Vera, Mojácar, Níjar, Purchena, Oria y Vélez para defenderse de los ataques que pudieran llegar de la frontera murciana, mientras que por el lado occidental, las poblaciones de Vejer, Alcalá de los Gazules, Casares, Olvera, Montejaque, Zahara, Gaucín, Teba y Ronda dominaban hasta Gibraltar evitando la penetración castellana desde tierras cordobesas y sevillanas.

Pintura romántica del Castillo de Gaucín
por Genaro Pérez Villaamil (1836)
expuesto en el Museo del Romanticismo 

Al norte, los castillos de Huéscar, Baza, Benamaurel, Zújar, Gorafe, Guadix, Locubin; Alcalá de Benzaide, Montefrío, Íllora y Montejícar evitaban las incursiones cristianas que procedentes de Jaén.

Por mar, una flota de fustas y galeotas surcaban a diario las costas del reino, variando su número dependiendo de la época del año, duplicándose en los mese de primavera y verano. La costa sur era defendida desde Almería (al-Mariya) , Almuñecar (al-Munakkab), Salobreña (Salawbaniya), Málaga, Marbella, Algeciras y Gibraltar, rechazando las incursiones de piratas y posibles ataques cristianos de navíos procedentes de Cádiz o Cartagena, incluso agresiones de hermanos de religión desde el norte de África, gracias a una tupida red de torres vigías o atalayas donde constantemente los atajadores debían otear el horizonte y dar la voz de alarma, tanto de día como de noche, mediante señales de fuego; unos requeridores se aseguraban que los atajadores cumplieran su misión visitándolos por sorpresa dos noches y dos días por semana. 

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