Pasatiempos ecuestres nazaríes

Pintura de la Sala de los Reyes, representando a un caballero nazarí  atravesando con una lanza a un caballero cristiano bajo la mirada de  una dama suplicante seguida por la doncella con un peine.

(en el Mercado de la Seda, junto a Bibarrambla“Era el mismo sitio donde los caballeros moros solían cabalgar y competir en torneos para ganar la atención de las damas; donde se aglomeraba el populacho y los niños se montaban a hombros de sus padres, tíos o hermanos mayores para alentar a sus favoritos; donde las silbatinas saludaban la entrada de los que desfilaban en armaduras de caballeros por el solo hecho de ser súbditos del sultán. Cuando resultaba evidente que un hombre había dejado ganar a un miembro de la corte de diferencia hacia el rey o, lo que era igualmente probable, porque le habían prometido una bolsa llena de dinares de oro, los ciudadanos de Gharnata se burlaban de él a voz en cuello. Era un pueblo famoso por su mentalidad independiente, su agudo ingenio y su resistencia a reconocer la autoridad de sus superiores.”

“A la sombra del granado” Tariq Alí 1992 ISBN: 84-350-1619-6


Desde que los jinetes magrebíes (especialmente los de Ifriquilla o Túnez), llegaron a al-Andalus y adiestraron caballos andaluces con sus métodos, comenzó la moda de las carreras de caballos.  Estas carreras se celebraban  en Granada a la orilla del río Darro (Haddarro) hasta su unión con el río Genil (Senil) montados a jineta, como se hacía en batalla. Continuando con esta herencia, los nazaríes lo convirtieron en su pasatiempo favorito, unos como jinetes consumados y conocedores de las capas equinas y otros asistiendo a las carreras asiduamente.

Piezas ecuestres nazaríes, Museo
Arqueológico Nacional, Madrid


La tabla era un juego al aire libre en el que competían los jinetes lanzando palos sobre un blanco de madera, lo que servía de práctica para los torneos a campo cerrado que desde el siglo XIV tuvo muchos seguidores, como Mohammed V, frecuentando las palestras y midiéndose con lanzas cortas a los más diestros caballeros. Protegidos con broqueles o adargas se ejercitaban practicando este juego, con bohordos o cañas de la longitud de las alabardas con el primer tramo relleno de arena o yeso para hacerlas pesadas, y así se acostumbraban para no temer a las lanzas durante el combate real.

Correaje en cuero y bronce nazarí compuesto por una hebilla con doble
forma de herradura, una cinta de cuero y un remate o enganche
que se conserva en los almacenes del Museo de la Alhambra

Otro juego ecuestre en el que los nazaríes medían su destreza era el juego de las cañas, “divididos en dos cuadrillas, comenzaron los unos a acometer a los contrarios con largas cañas –los bohordos, de seis palmos-; otros, simulando una huida, cubríanse la espalda con adargas y broqueles persiguiendo a otros a su vez, y todos ellos montados a la jineta en corceles tan vivos, tan veloces, tan dóciles al freno, que no creo que tengan rival. El juego es bastante peligroso, pero con este simulacro de batalla se acostumbraban los caballeros a no temer las lanzas de veras en la guerra de veras. Después con cañas cortas, a modo de flechas, y a todo correr de los caballos, hicieron tiros tan certeros como si las dispararan con ballesta o lombarda.” (descripción de Gerónimo Münzer).

El juego de las cañas consistía en lanzar cañas que deben acertar en el blanco, o en el juego de tablas que consiste en abatir un tablero lanzándole un palo desde un caballo al galope. Los jinetes nazarés eran muy hábiles en la monta de caballos pequeños y veloces, ligeramente ensillados y con estribo a la jineta.

Las justas ecuestres se celebraban en las plazas publicas de Granada, sobre todas, en Bibarrambla, en la Puerta de los Ladrilleros, y en la explanada llamada la Tabla, no lejos de la Puerta de los Aljibes (hoy Torre de los Siete Suelos de la Alhambra), en que la competencia dificilísima de los jinetes entusiasmaba al pueblo, como el duelo entre dos caballeros cristianos, Diego Fernández de Córdoba y Alonso de Aguilar, que en 1470 y bajo el reinado de Muley Hacen.

Desafío de Don Alonso de Aguilar en la Sabica según un cuadro
de Isidoro Marín

El hijo del Conde de Cabra, enemistado con el poderoso señor don Alonso de Aguilar, le retó a un singular combate en campo abierto. El de Cabra pidió al rey de Granada un campo neutral, y éste se lo otrogó gustoso. Muley Hacen dispuso en su palacio ricos alojamientos para los contendientes. Así mismo nombró jueves y designó como trajumán al escribano Mansur de León, un cristiano renegado, quien debería consignar la relación verídica de los lances.

Don Diego Fernández de Córdoba emplazó a don Alonso de Aguilar señalándole lugar, día y hora del reto, y a continuación, acudió acompañado de una lujosa comitiva a Granada. La explanada de al-Musara se llenó de un gran número de granadinos el día crítico, ansiosos por contemplar como aquellos cristianos solventaban sus rencillas en el campo de honor, cruzando apuestas por uno u otro contendiente. Don Diego apareció armado con todas las piezas, y a pesar de las llamadas a voces a su contrincante por parte de un faraute, no hubo respuesta, mientras que cundía la desilusión entre los asistentes.

Pero don Diego no quiso marcharse sin ridiculizar al de Aguilar, por lo que hizo que un escudero atase a la cola de su caballo una tabla en la que habían pintado el rostro de don Alonso; picó espuelas y a galope tendido arrastró la efigie hasta hacerla astillas. Esto disgrustó a algunos nobles partidarios de don Alonso de Aguilar y el desorden popular comenzó a crecer hasta que el alguacil puso orden.

El duelo se dió por terminado y el escribano Mansur extendió diligencia del acto y puso el proceso en manos de los jueces, quienes pronunciaron sentencia, declarando, según derecho de armas, vencedor a don Diego Fernández de Córdoba y vencido a don Alonso de Aguilar.



Estribos nazaríes del siglo XV
Museo Arqueológico Provincial de Granada

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